viernes, 18 de enero de 2013

Cero Dos

El cielo estaba cubierto por nubes de distintas tonalidades grisáceas, aunque en el horizonte podía verse una fina línea de amarillo rojizo.
Los árboles sacudían sus copas violentamente, a causa del poderoso viento que auguraba tormenta,
Con la oscuridad que cubría la ciudad como un manto humeante, era difícil saber qué hora era; si se estaba cerca del mediodía o de la noche.
Con tan sombrío clima, los edificios se veían como amenazantes gigantes de cemento, todos con sus ventanas cerradas.
Quizás Meredith fue la primera en recibir a la tormenta. Ella se encontraba en la terraza de su edificio, el cual medía quince pisos. Alzó su rostro al cielo, dejando a la vista su blanco cuello, y cerró sus ojos zafiros. En ese momento, una lágrima cayó del cielo justo en el medio de su frente. Y comenzaron a caer cada vez más, hasta que fue claro el sollozo de las nubes.
El viento despeinó los cabellos color azabache de Meredith hacia atrás; ella suspiró y abrió los ojos. Se acercó al extremo de la terraza, posó sus manos en la cerca de hierro y miró hacia abajo. El suelo estaba alfombrado por un colchón de hierba verde mojada. Podía olerse el aroma a tierra húmeda.
Meredith estaba empapada, y sus manos casi resbalan cuando se sostuvo de la cerca para treparla y pasar al otro lado, donde todavía había un metro antes del borde de la edificación. Dio un paso hacia adelante y contempló el vacío, hermoso, infinito, eterno.
Pero fue entonces cuando se vieron y supieron sus nombres inmediatamente, aunque nunca se hubieran visto.
Él estaba a 300 metros de ella, también sobre la terraza de su edificio; también del otro lado de la cerca de hierro. Su nombre era Allan; su cabello era del color del roble y sus ojos eran verdes.
Ninguno de los dos sabe con certeza si fueron ellos o la lluvia quienes se hablaron. 
Y aunque nunca se volvieron a ver, ellos saben que no están solos en el mundo. 

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