¿Cómo se le dice a una persona que constantemente actúa como gato y está obsesionada con ellos? ¿Es una enfermedad? ¿Un trastorno mental? ¿Un síndrome?
Tengo tres gatas a las que adoro. En realidad, adoro a los gatos en general. Soy casi una enciclopedia gatuna. Puedo enumerar varios datos útiles, como que si un gato tiene tres colores o más es hembra debido a una disposición genética, o algunos datos curiosos, como que el gato que más tiempo se llamó Creme Puff y vivió 38 años y 3 días en Texas, desde 1967 a 2005.
En realidad ese no es el problema. El problema es que actúo de forma más que extraña, o al menos eso es lo que me dicen.
Que no es normal jugar con objetos pequeños con las manos, tirándolos o arrastrándolos; que no es normal caminar de una forma tan sigilosa. Lo único que voy a aceptar es que no es normal fufear.
Quizás fue vivir durante tantos años con gatos lo que me impregnó dicha actitud. Ni siquiera lo había notado.
Los gatos son los animales más interesantes que conocí hasta ahora.
Cada uno tiene su propia personalidad, y a veces uno no está tan seguro de sus buenas intenciones; no son como los perros, buenos y fieles, sino que están en un borde extraño entre la ternura y la maldad.
Estos amantes del atún, la leche y las cajas de cartón son fascinantes con cada cosa que hacen.
Si los perros piensan que son hombres, los gatos están seguros de que son dioses.
Tal vez fueron los egipcios quienes les inculcaron esta actitud, volviéndolos seres sagrados. Esta cultura lloraba la pérdida de sus alabadas mascotas afeitándose las cejas y elaborando solemnes funerales, en los cuales momificaban al animal y lo enterraban junto con ratas, también momificadas.
Lamentablemente, el estatus sagrado de los mininos no perduró y fueron etiquetados como símbolo de brujería.
El mismo Papa Inocencio VIII mandó a la hoguera a miles de gatos, decisión poco favorable, ya que las consecuencias de la Peste Negra aumentaron debido a la superpoblación de ratas.
Aún así, esto no bastó para que los gatitos pudieran vivir en paz, ya que durante años, la gente celebró diversas festividades religiosas tirando a los animalitos desde los campanarios de las iglesias.
Pero ailurófilos, como nos llaman, siempre hubo y siempre habrá, y es probable que la llegada de Internet lograra que la cantidad de ailurófilos aumentara, o al menos, que se dieran a conocer.
Ahora todo el mundo puede disfrutar de aquel gatito japonés metiéndose en esa caja de televisor, o de aquel hermoso Maine Coon canadiense jugueteando en la nieve.
Somos millones de ailurófilos, y por suerte, hay más millones de gatos para poder compartir.
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